Respuesta:La luna acababa de salir, enorme y redonda, flotando sobre un cielo oscuro encima de las montañas altísimas. Iluminaba las laderas llenas de árboles, que en algunas partes brillaban por las hojas blancas de los yarumos. El agua de los ríos bajaba con espuma plateada, y esa luz medio triste de la luna llegaba hasta el fondo del valle. Las plantas botaban un olor raro pero súper suave, como si todo el bosque respirara tranquilo. Solo se escuchaba el río, y ese silencio me caía perfecto.Estaba recostado con los codos en el marco de la ventana, y me puse a imaginarme a María, justo donde la había visto esa mañana entre los rosales. Estaba ahí recogiendo un ramo de azucenas, como dejando de lado su orgullo solo por amor. Y yo… yo era el que iba a meterme en su corazón, a hablarle por fin de lo que sentía. Desde ese momento, ella iba a ser el centro de todo para mí. Mañana… qué palabra tan poderosa cuando sabes que alguien te quiere. Ya no tendría que adivinar nada cuando me mirara; sabría que se arreglaba pensando en mí, y eso me haría sentir el más afortunado.Nunca vi un amanecer de julio en el Cauca más hermoso que María al otro día. Salía del baño, con el pelo medio mojado, suelto, como de color carey con ondas suaves. Las mejillas rosadas, a veces más rojas, y esa sonrisa tan pura que solo tienen las mujeres como ella, cuando están felices de verdad y no pueden esconderlo. Sus ojos, más tiernos que brillantes, mostraban que no había dormido igual que antes. Cuando me acerqué, noté en su cara una especie de gesto serio pero tierno, como si me regañara de mentira, aunque ya sabía lo que yo sentía por ella, porque se lo había dicho mil veces con la mirada.Ya no podía imaginarme sin tenerla cerca todo el tiempo. Quería estar con ella cada segundo, disfrutar cada momento que me regalaba su amor. Y con todo eso que sentía, quise volver mi casa en un lugar perfecto, como un paraíso. Le hablé a María y a mi hermana sobre esa idea que ellas tenían de estudiar algo, y les propuse que lo hiciéramos juntos. Les encantó la idea y dijimos: de una, empezamos hoy mismo.Agarramos una esquina del salón y la volvimos espacio de estudio. Quitamos unos mapas de mi cuarto, sacamos el globo terráqueo que estaba guardado desde quién sabe cuándo, y dejamos dos mesas libres para usarlas. Mi mamá nos miraba con una sonrisa, viendo el desorden que armamos para ese proyecto.Nos reuníamos dos horas todos los días. Yo les explicaba algo de geografía, leíamos historia universal, y muchas veces leíamos páginas del Genio del Cristianismo. Ahí me di cuenta de lo brillante que era María: todo lo que le decía se le quedaba, y a veces entendía las cosas incluso antes de que yo terminara de explicarlas, con una alegría que me mataba.