Respuesta:El cóndor y la niña del altiplanoEn los tiempos antiguos, cuando las montañas todavía conversaban con el viento y el lago Titicaca reflejaba las historias de los dioses, vivía en un pequeño ayllu una niña llamada Amaru. Su cabello era tan negro como la noche sin luna y sus ojos brillaban como las estrellas que guiaban a los pastores.Amaru cuidaba llamas junto a su abuelo, un sabio anciano que le enseñaba a leer las señales de la naturaleza: el canto de las aves, el murmullo del agua y el color de las nubes. Un día, mientras recogía flores amarillas de kantuta para adornar la ofrenda a la Pachamama, vio que un cóndor la observaba desde lo alto. Sus alas abiertas parecían abrazar el cielo entero.—Ese cóndor no es un ave cualquiera —le dijo el abuelo—. Es el mensajero del Inti, y solo se acerca a quienes tienen el corazón limpio.Con el pasar de los días, el cóndor volvió una y otra vez, acercándose un poco más. Amaru, curiosa y sin miedo, comenzó a dejarle granos de quinua sobre una piedra. Una mañana, el cóndor descendió y habló con voz profunda como el eco de las montañas:—Niña de ojos de estrella, el pueblo del valle está en peligro. Las lluvias no llegarán y la tierra tendrá sed. Si me sigues, te mostraré el manantial que nunca se seca.Amaru aceptó. Guiada por el cóndor, cruzó laderas, bofedales y quebradas. Llegaron a un lugar secreto donde brotaba agua clara desde el corazón de la roca. La niña llenó su cántaro y, agradecida, prometió cuidar ese lugar sagrado.Cuando regresó al ayllu, todos bebieron y salvaron sus cosechas. Desde entonces, cada vez que un cóndor sobrevuela el pueblo, los ancianos recuerdan que no es solo un ave, sino un guardián que protege a quienes aman la tierra y respetan sus secretos.Y así, el cóndor sigue volando sobre el altiplano, llevando en sus alas la memoria de Amaru y su promesa a la Pachamama.