De cuando los Chichiricú llegaron a estas tierras Julia Calzadilla Hace cientos de años, de las lejanas tierras de Kumbi Saleh llega- ron un día los Chichiricú, dos duendecillos diminutos del tamaño de esos besos redondos y apretados que dejan en la frente una huella/ pequeña y húmeda. Los Chichiricú eran así: se hacían sentir aunque no se vieran y andaban siempre de un lugar para otro, haciendo travesuras. Ella y él. Juntos en todo momento, vestidos solo con la piel muy tostada por el Sol y mojada por el agua de ríos y lagunas. Un par de enanitos saltarines nacidos de una nuez de palma, de una cáscara de maní o de alguna piedra desconocida. Nadie sabe. Porque en aquellos tiempos, en las tierras de Kumbi Saleh sucedían cosas fantásticas. Y había mañanas en que las yucas se volvían pi- ñas y las piñas se volvían bananos y los bananos se volvían arroz o el cielo se volvía amarillo y el sol azul y el mar se llenaba de palomas y los vientos de peces. Todo andaba al revés. Pero cuando algo de eso pasaba, la gente sabía que los Chichiricú estaban cerca, con el bastoncito de madera de guásima que usaban para hacerse invisi- bles y una de las guitarras más melodiosas que se han visto. Y así andaban después los Chichiricú por estas tierras nuestras riendo y bailando, tan jóvenes y ágiles como en los tempos de Kumb Saleh, siempre diminutos y juguetones, visibles o invisibles gracias a su bastón mágico. Porque ellos nunca se ponían viejos y aunque lo- soles y las lunas iban y venían de un extremo a otro de las costas los Chichiricú parecían siempre acabados de planchar, estirados brillosos, saltimbanqueando de la palma a la ceiba y de la ceiba jagüey hasta que alguien pasaba por allí Entonces ocurrían aventu ras muy extrañas y todo el monte se llenaba de pronto de burbuja que, al estallar, sonaban como el chiquichiquichá de las maraca que es la forma de reírse los duendes. Hacer 5 preguntas con sus respuestas de la siguiente lectura